Hay lugares en nuestro planeta que parecen sacados de otra dimensión, y el Desierto Blanco de Egipto es, sin duda, uno de ellos. Este destino en el corazón del Sahara egipcio, regala paisajes que desafían la imaginación, con montañas que brillan como espejos y valles donde la luz y el silencio se unen en un escenario mítico.
Descubrí cómo viajar por 28 destinos de América a U$S 3 con la promo de ArajetEl Desierto Blanco es un océano de piedra caliza y arena que se extiende a unos 370 kilómetros de El Cairo, una superficie que no parece la de este planeta. En 2002 fue declarado parque nacional y combina la belleza del paisaje con las condiciones extremas climáticas que lo convierten en una especie de mundo alternativo.
Un museo de esculturas naturales
Esta área perteneciente al gran desierto occidental de Egipto, conocida localmente como Sahara el Beyda, es hogar de formaciones de piedra caliza que desafían la imaginación. Durante milenios, la erosión y las tormentas de arena tallaron figuras que evocan aves gigantes, esfinges, camellos e incluso criaturas fantásticas.
En medio de una tormenta, estas rocas cobran vida propia, pareciendo espectros que emergen entre la bruma, una visión que abrió la incógnita de si los antiguos egipcios encontraron ahí las primeras ideas para levantar sus colosales monumentos.
La aventura de adentrarse en un mar de arena
Llegar al Desierto Blanco no es sencillo pero la recompensa lo vale. Desde El Cairo, se debe atravesar el Oasis de Bahariya antes de adentrarse en un viaje de horas hacia el corazón del desierto. El trayecto en vehículos todoterreno y con guías experimentados, exige una logística cuidadosa: agua, provisiones, equipos de navegación y refugios contra tormentas son esenciales.
El desafío es parte integral de la experiencia ya que se debe sobrevivir a la furia del viento, al calor extremo del día y al frío gélido de la noche, la naturaleza más salvaje y pura, donde el ruido no existe y todo parece una ficción.
En este desierto la vida es casi imposible solo los resistentes zorros fénec y plantas adaptadas encuentran su hogar en un océano de arena. Los viajeros que se atreven a explorarlo entienden que la vida puede brillar incluso reducida a lo más esencial.